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El Escape.
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El Escape.
El cuarto es una sola sombra uniforme, y a veces la conglomeración misma de las tinieblas, formas y siluetas que danzan a mi alrededor como desquiciadas, y de vez en cuando puedo avistar un rostro diabólico que me observa y se rie. En la celda de la izquierda, un calvo de cuarenta años con una barriga que crece día a día se golpea la cabeza contra los muros de acero. En la celda de la derecha, alguien se lamenta. No lo culpo, yo mismo lo estoy haciendo aquí sentado con las piernas cruzadas. Me lamento por mi estupidez, me lamento por no ser más fuerte, me lamento por no haber sido más rápido y más inteligente, y me lamento por la suerte que me tocó. Sé que es vano lamentarse del azar, pero no puedo evitarlo. Llevo dos meses aquí, y si no hallo algo con lo que mantener mi mente despejada, voy a perder la cordura. Ya puedo imaginarme como un anciano loco, recostado contra un rincón con el hilillo de baba que prende de mi boca como el hilo de una tela de araña. "Tengo que escapar", me digo a mí mismo, "tengo que escapar o este sitio me va a consumir". Pero entonces me pregunto como, ¿Cómo escaparé? Si no puedo volar, y no puedo manejar las aguas. Si todo lo que tengo es una llama que no tiene la más pequeña utilidad entre los guardias. Algún día esa llama puede apagarse, pero estoy seguro de que no quiero que ocurra aquí. Si he de desaparecer, quiero que lo último que vea sea su sonrisa, su risa, sus ojos, y su pelo. Necesito hacerlo, porque mis recuerdos se pierden, y su rostro otrora nítido, comienza a volverse difuso. Si la pierdo, si la pierdo a ella, entonces no sé qué haré.
Del otro lado de la puerta, en el pasillo, un guardia es remplzado. Deben ser cerca de las seis de la tarde, sino la hora en punto. Comienzo a memorizar la rutina, los horarios, los turnos, pero eso de nada me sirve. Solo como estoy no puedo hacer mucho más que seguir aprendiendo y esperar, esperar la chance, un agujero, un resquicio por el que asome la luz del escape y poder irme de aquí.
-No, por favor, no, perdonenme-murmura el hombre en la celda de la derecha. Está sollozando y no pasa un día o una noche sin que le ruegue el perdón a alguien. Si de mí dependiera, se lo concedería solamente para que se calle. Porque su voz y su perdida de sí mismo, de lo que alguna vez debió de haber sido, me dice lo que seré, lo que estoy en camino de convertirme.
No llaman a este sitio la Roca Hirviente por nada. En esta roca se quema todo lo que hubo dentro de tí, todas las emociones, los sentimientos, las alegrías, las reminiscencias. Entonces queda eso: Una roca. Y como roca, no eres más que los que otros ven en tí, lo que los otros deciden moldear en ese caparazón vacío en el que te convertiste. Cuando me doy cuenta, el hombre que custodia el corredor ha vuelto a cambiarse, y ahora las pocas antorchas que iluminan el estrecho camino se apaga. Ya no hay sombras que bailan en derredor. Lo único que queda es la más absorta oscuridad, que extiende sus brazos y me acoje como un niño al seno de su madre. Cierro los ojos y me recuesto. Al lado de mi cama, el calvo barrigón sigue golpeándose contra la pared.
-Ya vienen-clama. Si no me voy de aquí, terminaré como él. Suspiro y me doy media vuelta. Mis párpados lentamente se unen. Cuando el sueño me alcanza, recuerdo que una vez me dijeron que ese tipo aseguraba tener visiones del futuro.
Del otro lado de la puerta, en el pasillo, un guardia es remplzado. Deben ser cerca de las seis de la tarde, sino la hora en punto. Comienzo a memorizar la rutina, los horarios, los turnos, pero eso de nada me sirve. Solo como estoy no puedo hacer mucho más que seguir aprendiendo y esperar, esperar la chance, un agujero, un resquicio por el que asome la luz del escape y poder irme de aquí.
-No, por favor, no, perdonenme-murmura el hombre en la celda de la derecha. Está sollozando y no pasa un día o una noche sin que le ruegue el perdón a alguien. Si de mí dependiera, se lo concedería solamente para que se calle. Porque su voz y su perdida de sí mismo, de lo que alguna vez debió de haber sido, me dice lo que seré, lo que estoy en camino de convertirme.
No llaman a este sitio la Roca Hirviente por nada. En esta roca se quema todo lo que hubo dentro de tí, todas las emociones, los sentimientos, las alegrías, las reminiscencias. Entonces queda eso: Una roca. Y como roca, no eres más que los que otros ven en tí, lo que los otros deciden moldear en ese caparazón vacío en el que te convertiste. Cuando me doy cuenta, el hombre que custodia el corredor ha vuelto a cambiarse, y ahora las pocas antorchas que iluminan el estrecho camino se apaga. Ya no hay sombras que bailan en derredor. Lo único que queda es la más absorta oscuridad, que extiende sus brazos y me acoje como un niño al seno de su madre. Cierro los ojos y me recuesto. Al lado de mi cama, el calvo barrigón sigue golpeándose contra la pared.
-Ya vienen-clama. Si no me voy de aquí, terminaré como él. Suspiro y me doy media vuelta. Mis párpados lentamente se unen. Cuando el sueño me alcanza, recuerdo que una vez me dijeron que ese tipo aseguraba tener visiones del futuro.
Rukasu Grey- Signo chino :
Mensajes : 9
Yuans(人民幣) : 13
Edad : 31
Localización : Isla Este
El Escape-Sueños y Sombras.
Mis sueños siempre son iguales, quizás porque este lugar siempre es igual. Hay una planicie, con un camino delineado en el medio y verdes prados, llanos y simples, a los costados. Algunas rocas por aquí, por allá, nunca en el mismo sitio. Si las miro dos veces, las dos veces serán distintas. El cielo es rojo, como la Nación, como las muertes que provoca la Nación, como los cuerpos quemados de soldados y víctimas. No hay nubes. Nunca las hay. Tal vez la ausencia es símbolo de algo, pero no lo sé. Sí sé que estoy soñando, siempre lo sé, no dejo de saberlo, pero ello no me da poder. Sé que estoy soñando pero en mi sueño soy solo un subordinado. Como un huérfano reclutado por gobiernos de fuerza, soy otra marioneta, de mi propio inconsciente. Mis pasos no son míos, sino de otros. A mis manos no sé quién las mueve, pero no soy yo.
Delante está ella. El cabello sigue igual, oscuro, largo, salvaje. La piel, blanca, casi irreal. La espalad erguida y firme se recontra contra ese ocaso antinatural como la cordura contra la locura. Y sé que ella siempre ha sido mi cordura, aún lo es, por más que este desolado abismo trate de encadenarme a la demencia. Ahora camino, y me acerco. Tengo esperanza, por más que sepa que no es real. Siempre la tengo, dentro y fuera de los sueños. Parece que el ser humano no puede vivir sin esperanzas, válidas o vanas. El viento sopla contra mí. No me gusta, no es un viento bueno. Estiro el brazo, abro la mano, sonrío.
-Acá estoy...-le digo.
Entonces ella se da vuelta, y es un cadáver. Un cráneo en el cuerpo de mi hermana, de ojos negros y grandes, encias podridas con dientes sanos, piel marchita que se deshace a cada segundo. No me parece extraño que no haya nariz. Es una muerta, después de todo. Tengo miedo y grito. Cuando grito, como siempre, como todas las noches, sale fuego y la quemo. Mi grito mata a mi hermana. Mi miedo mata a mi hermana. Despierto...
...A mi celda. Qué raro. No recuerdo que me hayan traído aquí. Entonces... ¿Me dormí? "Tenés suerte, idiota. De no haberla tenido estarías muerto". ¿Y cuál es el problema con que muera? Que no puedo ir por Jade. Ridículo, teniendo en cuenta mi situación. Como sea, no me deben hacer sacado hace mucho, porque todavía tengo los músculos entumecidos. Uno pensaría que después de tantas veces en medio de un congelador gigante, me acostumbraría al frío, pero no. Nada es peor para el fuego que el frío, nada más horrible para el calor de la vida que la escarcha de una muerte silenciosa y prolongada. Trato de mover los dedos de mis pies, y apenas lo consigo. Lo mismo con los de mis manos, aunque estos están un poco más predispuestos. Mi celda no ha cambiado en nada, sigue siendo el mismo cuadrado de acero gris y deprimente que era cuando me metieron en ella la primera vez. Las rejas son iguales, la opresión es la misma. Lo único distinto soy yo, congelado, los labios pálidos, y la cabeza que nunca calla. "Siempre hablás más por dentro que por fuera, tarado", me solía decir Jade, y nos reíamos luego de que me retara. ¿Dónde estará ahora? La eterna pregunta sin respuesta. ¿Qué habrán hecho estos bastardos con ella?
Alguien se acerca, oigo unos pasos, aunque silenciosos. En medio del silencio sepulcral de la Roca Hirviente a esta hora de la noche, no hay quien pueda disimular siquiera el menor ruido. Una puerta se abre, se desliza el acero. Voces... ¿Al lado? No, un momento ¿La celda del loco barrigón? Parece que finalmente se cansaron de él, aunque no estaba haciendo el menor ruido. Por los pasos deben ser tres o cuatro personas, quizás cinco. Escucho unos murmullos, reconozco al anciano entre ellos. Balbucea como lo hace todos los días, pero esta vez hay algo distinto... El miedo. Mierda, puedo sentir ese miedo en su voz. El murmullo sigue unos minutos más y luego lo remplazan nuevos pasos, y después la puerta que, supongo, se cierra. Lástima, viejo, parece que hoy no tenés suerte. Los pasos siguen y siguen, pero más fuertes. Mi puerta se abre. MI puerta se abre. ¿Por qué? ¿Qué hice si no hice nada? ¿Si recién me despierto del mismo maldito sueño de todas las noches? Entran unos hombres-supongo que son hombres. Las armaduras de los guardias son todas igual de horrendas, como la que yo llevaba. El pecho rojo y la máscara blanca... La parca de los que mueren por el Fuego. Están hablando de algo, pero no sé de qué, los oídos de un hombre que sale del congelador no son el mejor recurso. Discuten un rato más. Parecen... Inseguros. Luego se acercan a mí y me levantan. Creo que uno de ellos se queja de lo pesado que estoy, pero lo que a mí me interesa es saber a dónde me están llevando, y por qué. Salimos de mi celda, la puerta se cierra, y me giran. Delante nuestro hay tres guardias más, y dos hombres. Uno es el calvo barrigón. Lo reconozco porque... Bueno, es calvo y tiene barriga. El otro es un hombre de rostro serio, cabello entrecano y atado en cola a lo alto de la cabeza. Tiene una mirada inflexible y una cicatriz vertical cerca de la comisura derecha del labio. Sus ojos son los ojos de alguien que ha atravesado kilómetros de tierras ardientes. Los ojos de un veterano de la Nación del Fuego. Mira al calvo barrigón y me señala, luego le dice algo. El calvo responde, asiente con la cabeza. ¿Qué demonios están hablando de mí? Luego el tipo mira a los que me sostienen, da una orden, y empezamos a movernos. Parece, Jade, que molesté a alguien mientras dormía. ¿Quizás al tipo de la cicatriz? Y cuando se da vuelta lo veo, la cabeza de un dragón tatuado que asoma en su nuca. Fauces abiertas, afiladas, detalladas, el trabajo de alguien con talento. Y veo que el calvo barrigón no lleva esposas, sino que camina a su lado, tímido, pero libre. Un esfuerzo, hago un esfuerzo por escuchar, pongo todo mi empeño humano en descifrar aunque sea una palabra de su conversación:
-Espero que no intente nada, profesor Raishin-dijo el hombre del dragón tatuado-, hemos pasado por muchas molestias para encontrarlo, y poder sacarlo de aquí.
El calvo barrigón se da vuelta y me mira. Sus ojos me dicen que no estamos yendo a un sitio bonito.
Delante está ella. El cabello sigue igual, oscuro, largo, salvaje. La piel, blanca, casi irreal. La espalad erguida y firme se recontra contra ese ocaso antinatural como la cordura contra la locura. Y sé que ella siempre ha sido mi cordura, aún lo es, por más que este desolado abismo trate de encadenarme a la demencia. Ahora camino, y me acerco. Tengo esperanza, por más que sepa que no es real. Siempre la tengo, dentro y fuera de los sueños. Parece que el ser humano no puede vivir sin esperanzas, válidas o vanas. El viento sopla contra mí. No me gusta, no es un viento bueno. Estiro el brazo, abro la mano, sonrío.
-Acá estoy...-le digo.
Entonces ella se da vuelta, y es un cadáver. Un cráneo en el cuerpo de mi hermana, de ojos negros y grandes, encias podridas con dientes sanos, piel marchita que se deshace a cada segundo. No me parece extraño que no haya nariz. Es una muerta, después de todo. Tengo miedo y grito. Cuando grito, como siempre, como todas las noches, sale fuego y la quemo. Mi grito mata a mi hermana. Mi miedo mata a mi hermana. Despierto...
...A mi celda. Qué raro. No recuerdo que me hayan traído aquí. Entonces... ¿Me dormí? "Tenés suerte, idiota. De no haberla tenido estarías muerto". ¿Y cuál es el problema con que muera? Que no puedo ir por Jade. Ridículo, teniendo en cuenta mi situación. Como sea, no me deben hacer sacado hace mucho, porque todavía tengo los músculos entumecidos. Uno pensaría que después de tantas veces en medio de un congelador gigante, me acostumbraría al frío, pero no. Nada es peor para el fuego que el frío, nada más horrible para el calor de la vida que la escarcha de una muerte silenciosa y prolongada. Trato de mover los dedos de mis pies, y apenas lo consigo. Lo mismo con los de mis manos, aunque estos están un poco más predispuestos. Mi celda no ha cambiado en nada, sigue siendo el mismo cuadrado de acero gris y deprimente que era cuando me metieron en ella la primera vez. Las rejas son iguales, la opresión es la misma. Lo único distinto soy yo, congelado, los labios pálidos, y la cabeza que nunca calla. "Siempre hablás más por dentro que por fuera, tarado", me solía decir Jade, y nos reíamos luego de que me retara. ¿Dónde estará ahora? La eterna pregunta sin respuesta. ¿Qué habrán hecho estos bastardos con ella?
Alguien se acerca, oigo unos pasos, aunque silenciosos. En medio del silencio sepulcral de la Roca Hirviente a esta hora de la noche, no hay quien pueda disimular siquiera el menor ruido. Una puerta se abre, se desliza el acero. Voces... ¿Al lado? No, un momento ¿La celda del loco barrigón? Parece que finalmente se cansaron de él, aunque no estaba haciendo el menor ruido. Por los pasos deben ser tres o cuatro personas, quizás cinco. Escucho unos murmullos, reconozco al anciano entre ellos. Balbucea como lo hace todos los días, pero esta vez hay algo distinto... El miedo. Mierda, puedo sentir ese miedo en su voz. El murmullo sigue unos minutos más y luego lo remplazan nuevos pasos, y después la puerta que, supongo, se cierra. Lástima, viejo, parece que hoy no tenés suerte. Los pasos siguen y siguen, pero más fuertes. Mi puerta se abre. MI puerta se abre. ¿Por qué? ¿Qué hice si no hice nada? ¿Si recién me despierto del mismo maldito sueño de todas las noches? Entran unos hombres-supongo que son hombres. Las armaduras de los guardias son todas igual de horrendas, como la que yo llevaba. El pecho rojo y la máscara blanca... La parca de los que mueren por el Fuego. Están hablando de algo, pero no sé de qué, los oídos de un hombre que sale del congelador no son el mejor recurso. Discuten un rato más. Parecen... Inseguros. Luego se acercan a mí y me levantan. Creo que uno de ellos se queja de lo pesado que estoy, pero lo que a mí me interesa es saber a dónde me están llevando, y por qué. Salimos de mi celda, la puerta se cierra, y me giran. Delante nuestro hay tres guardias más, y dos hombres. Uno es el calvo barrigón. Lo reconozco porque... Bueno, es calvo y tiene barriga. El otro es un hombre de rostro serio, cabello entrecano y atado en cola a lo alto de la cabeza. Tiene una mirada inflexible y una cicatriz vertical cerca de la comisura derecha del labio. Sus ojos son los ojos de alguien que ha atravesado kilómetros de tierras ardientes. Los ojos de un veterano de la Nación del Fuego. Mira al calvo barrigón y me señala, luego le dice algo. El calvo responde, asiente con la cabeza. ¿Qué demonios están hablando de mí? Luego el tipo mira a los que me sostienen, da una orden, y empezamos a movernos. Parece, Jade, que molesté a alguien mientras dormía. ¿Quizás al tipo de la cicatriz? Y cuando se da vuelta lo veo, la cabeza de un dragón tatuado que asoma en su nuca. Fauces abiertas, afiladas, detalladas, el trabajo de alguien con talento. Y veo que el calvo barrigón no lleva esposas, sino que camina a su lado, tímido, pero libre. Un esfuerzo, hago un esfuerzo por escuchar, pongo todo mi empeño humano en descifrar aunque sea una palabra de su conversación:
-Espero que no intente nada, profesor Raishin-dijo el hombre del dragón tatuado-, hemos pasado por muchas molestias para encontrarlo, y poder sacarlo de aquí.
El calvo barrigón se da vuelta y me mira. Sus ojos me dicen que no estamos yendo a un sitio bonito.
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